NOTA | Bruno Stagnaro | “Desconfío un poco de la cuestión ‘artística’, prefiero la idea de artesanía”

juan manuel strassburger
7 min readApr 6, 2018

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Publicada en marzo de 2018 en Playboy

La señora espera en silencio su oportunidad. Y cuando la encuentra, interviene. “Okupas fue lo más. ¡Un amor increíble! Gracias por hacerlo. De verdad”, le dice a un sorprendido Bruno Stagnaro, que agradece amable y no puede evitar cierta timidez ante el reconocimiento. Incluso cuando surge de una situación espontánea como ésta; en un bar en el contexto de una nota. “En general todo lo relacionado con lo social me cuesta”, admite más tarde el director de Un gallo para Esculapio, la serie que con muy buenas críticas y repercusión volvió a ponerlo “en el candelero” luego de diecisiete años de silencio (ya se verá que ese retiro no fue tan así) y tras aquel impacto duradero de Okupas. “Como no tengo redes, no estoy muy al tanto de lo que se siguió comentando de la serie, aunque veces estoy viendo algo en YouTube y me cruzo con gente que la recuerda fuerte. Creo que terminó de cerrarme el círculo cuando hace poco vino mi hijo Renzo y me preguntó por Okupas. Él tenía un año cuando la grabamos. Entonces que quince años después viniera a comentarme que sus amigos la habían estado viendo, me confirmó que había dejado algo”.

Y no hay duda que sí: aquella historia de cuatro amigos convirtiéndose en ocupantes ilegales de la casa en Once que en el inicio habían estado cuidando de manera acordada — en un contexto de estallido social pre 2001 y con una depresión económica galopante — caló hondo y se mantuvo a salvo de cierto uso superficial que la temática marginal terminó teniendo después, con ficciones sostenidas más en las situaciones tumberas y el léxico a tono que en la dimensión humana de los personajes; sus conflictos y motivaciones. “A veces noté eso: un regodeo en la forma”, señala Stagnaro que como el personaje de Luis Brandoni en Un gallo para Esculapio también se irrita con el uso generalizado y sin anclaje real del lenguaje marginal. “La verdad que ya embota lo de creer que hablar así te hace más ‘poronga’. Es como una sobreactuación que se retroalimenta. Por eso también nos interesaba un personaje como el de Beto (Brandoni) que tuviera ese rasgo de cuestionar esa actitud”.

Con tono pausado y reflexivo, en una de esas tardes de verano porteño de calor extremo y baja presión, el codirector de Pizza, birra, faso (1998) relocaliza un poco su historia: de joven promesa del “Nuevo Cine Argentino”, etiqueta de la que no sacó usufructo a principios de los dos mil, a éste consumado autor y director televisivo que sigue sabiendo lo que quiere, pero que tal vez ahora lo sabe hacer mejor. “En lo personal lo más importante fue permitirme volver a dirigir. Hace mucho me lo estaba negando y eso me generaba bastante incertidumbre. Quería ver en qué situación me encontraba eso. Y la verdad que estuvo bueno, fue un reencuentro armonioso. Me sentí más profesional que las últimas veces que hice ficción. Más metódico”.

—¿Por qué no te permitías volver?
—Por el grado de exigencia que tenía sobre lo que escribía. Nunca terminaba de parecerme que valía la pena trasladar eso a imagen. Y creo que algo de razón tenía. Porque si bien aquellos proyectos, incluyendo el primer borrador de Un gallo que data de 2005, tenían cosas buenas, ahora tengo mucho más claro cómo plasmar las cosas. Y es algo que también me pasa como espectador: tengo una mirada bastante exigente cuando me siento a ver algo. Me parece que está bueno exigirse para que sea consistente eso que estás haciendo.

—¿Llegaste a evaluar no estrenar nunca más una ficción si no te conformaba?
—Sí. Y de hecho me resulta un problema lo predispuesto que estoy a cumplirlo (sonríe). Ojo, no lo veo como una virtud sino como un defecto. Me frustra muchísimo no haber hecho más cosas y quisiera poder destrabarlo, tener la perseverancia de sostener el deseo el tiempo que hace falta.

—¿La buena recepción te congela?
—El prestigio, no; sí la visibilización. En general funcioné mejor desde el anonimato. Lo que pasa es que en un mundo donde por ahí lo que vale es estar en la palestra, esas cosas por ahí no alcanzan. Pero ésa es una visibilización a la cual tiendo a huir. De todos modos, no es que en este tiempo no hice nada. Al contrario, estuve haciendo muchas cosas.

—¿Qué cosas hiciste?
—En general mi objetivo número uno fue hacerme cargo de las responsabilidades que me rodeaban: mi familia, por ejemplo. Y en ese punto siento que me fue bien. Trabajé en publicidad, hice documentales para Encuentro. Son cosas que no considero secundarias. Es más, te diría que son más importante que lo otro.

—Eso parte de lo tuyo también.
—Claro. Yo desconfío un poco de la cuestión “artística”. Me siento más cerca de la idea de artesanía.

—El laburante audiovisual, el hacedor.
—Sí, eso no significa que tenga que estar haciendo películas todo el tiempo. También podes ser compaginador y ser un artesano muy bueno. Me parece que en ese punto hay una cultura de éxito que es muy molesta. La idea de que si no estás, no existís.

Para Stagnaro, varias cosas pasaron para que en este caso puntual pudiera volver a trabajar y estrenar una ficción con su firma. Entre ellas, haber empezado a trabajar en los guiones con Ariel Staltari, el Walter de Okupas (y presente también como actor en Un gallo). “Siento que me enriqueció mucho. También los guiones previos que hice junto a mi mujer”, consigna. Luego, el haber contado con el apoyo de Sebastián Ortega y la productora Underground. “Había pasado mucho tiempo y había riesgo para ellos. Sin embargo, Sebastián me dio mucha confianza: además de participar en el proceso creativo aportó algo que para mí es muy importante que es un límite temporal”. El famoso deadline. “Quieras o no, te organiza. Te obliga a pasar de la elaboración abstracta a escribir una escena tras otra, bancarte una primera versión no tan buena, y trabajar sobre eso hasta que en un momento decís: ‘bueno, esto es lo mejor que podemos conseguir’”.

Un gallo para Esculapio — que presenta la historia de Nelson (gran interpretación de Peter Lanzani), un muchacho de Misiones que viaja a Capital con un encargo para su hermano y termina conociendo el submundo de piratas del asfalto y peleas de gallos — significó entonces el retorno “a la altura” de Stagnaro. La demostración (hacia el público y también hacia la industria) que podía volver crear una serie — como Okupas — que contara una alta sensibilidad y una identificación creciente. Pero que al mismo tiempo evidenciara novedades en varios aspectos. Por ejemplo, en el plano estético. “Es algo que tiene que ver con la pérdida de ingenuidad que me dio el oficio”, explica al respecto. “Yo calculo que dada la temática que tiene Un gallo, podría haber planteado una dirección ‘más fea’, pero no tenía ganas. Me interesó que la narración pudiera ser lo más fotográfica posible porque cuando veo westerns o cine clásico, el disfrute también viene por ahí”, sostiene. “Por otro lado, ya desde el momento que apareció Camino de cintura como una de las locaciones, me vino a la cabeza una idea más estética. Un poco porque me lo pedía el lugar, la historia. Y otro poco porque estoy un poco harto de la aspereza en sí misma. Ya el registro de Policías en acción me parece que se agotó. Pasó a ser mero recurso”, agrega en consonancia con lo dicho más arriba del habla marginal.

El Chelo, el capo criminal de perfil tanguero que encarna Luis Brandoni, concentra varias de las mejores escenas de Un gallo para Esculapio. Reconocido sin discusión, hace mucho que no se veía al legendario actor en un papel tan incisivo y logrado; con ingredientes de su habitual capacidad interpretativa pero también con otras facetas que evidencian un esfuerzo suyo de adaptación. “La participación de Brandoni es un buen ejemplo de que uno a veces tiene que dejarse llevar por el proceso. Al principio, el Chelo era más joven. Pero Sebastián (Ortega) me propuso incluirlo a Beto (Brandoni) y en un primer momento no estaba muy convencido. Primero por la edad. Y después porque era un personaje que quería trabajarlo. Entonces tuvimos un par de charlas. Nos pusimos de acuerdo respecto a ciertas dinámicas. Básicamente le pedí que se dejara dirigir. Y él no sólo estuvo de acuerdo, por supuesto, sino que durante la charla, por un comentario que me hizo (cuando me pregunta: ‘¿pero vos sabés de dónde viene la palabra persona?’, respuesta que luego incluimos en la historia), fue que se nos ocurrió que Chelo estuviera obsesionado con el lenguaje y la palabra. Lo cual le dio ese carácter y también esa fragilidad que eventualmente se revela a partir de la enfermedad que adquiere”.

Sin Brandoni para la segunda temporada — que ya está preproducción y se espera su estreno para este año — uno de los principales desafíos de la dupla Stagnaro-Staltari a la hora de escribir los nuevos capítulos es justamente poder suplir bien esa ausencia. “Vamos a ver cómo lo logramos”, desliza con una sonrisa que — a diferencia de momentos anteriores — sugiere más confianza y alegría que dudas por el reto. “El tiempo hace que las cosas caigan delicadamente en el lugar que correspondan”, sostiene en otro momento de la charla respecto a las vueltas que a veces muestra una historia o proyecto hasta encontrar su mejor versión. Pero que bien puede ser aplicable a su presente como autor: la de alguien que aprendió a lidiar con las expectativas generadas (y descartar más de un camino equivocado) para poder dar el próximo paso y a la vez estar conforme. Hacerse fuerte en la paciencia y aprender de la realidad. “A veces pasa mucho tiempo hasta que podés plasmar una idea. A veces no. En el fondo, es un misterio. Hasta que no llegue el momento de que puedan destrabarse, no se van a destrabar”.

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Written by juan manuel strassburger

Periodista de espectáculos y cultura. Escribe en en Radar (Pag/12) y Sábado (La Nación). Antes: Clarín, Tiempo Argentino, La Mano, El Cronista y más

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