EFEMÉRIDE | Bob Dylan cumple 70 | Todos los Dylan, el Dylan

juan manuel strassburger
8 min readMay 24, 2016

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Publicada el 24 de mayo de 2011 en Tiempo Argentino

¿Quién es Dylan, Bob Dylan? ¿El joven cantautor de protesta que enamoró a todas y todos con himnos como “Blowing in the wind” o “The times there a changing”, pero que causaba impresión y rechazo entre los más puristas por su voz nasal y armónicas disonantes? ¿El judas que electrificó el folk y el anfetamínico que dejaba a los periodistas pagando en las conferencias de prensa? ¿El místico que desapareció una temporada después de un accidente de moto y volvió más taciturno y vaquero que nunca? ¿El cristiano judío que cantó para Juan Pablo II y dictaminó: “al Papa no se le puede decir que no”? ¿El blasfemo que se cagó en todas las convenciones religiosas, morales y políticas, incluso — o especialmente — las convenciones de izquierda? ¿El mujeriego que nunca hizo gala de sus conquistas y registró como pocos el dolor de sus divorcios? ¿El ícono pop? ¿El mesías? ¿El impostor? ¿El agreta? La lista podría seguir hasta ocupar la totalidad de estas páginas y sin embargo, ni aun así, como suele decirse, podríamos abarcar las múltiples aristas de una figura que hoy cumple 70 años y aún nos sigue generando la misma pregunta: ¿Quién es Dylan, Bob Dylan?

“Detrás de toda cosa bella hay algún tipo de dolor”. “Todo lo que puedo ser es yo mismo. Y quién sabe qué significa eso”. “A veces no alcanza con saber lo que significan las cosas. A veces necesitás saber lo que no significan” “Un hombre es exitoso si logra levantarse a la mañana, acostarse a la noche y, en el medio, hacer lo que tiene ganas de hacer”. Las declaraciones de Dylan siempre fueron enigmáticas, pero también tuvieron su buena dosis de atractiva obviedad. Como si Robert Allen Zimmerman, tal su verdadero nombre, nos estuviera diciendo, no sin cierta sorna: “No se trata de descubrir el misterio del mundo, sino de aceptarlo”.

Como sea, ya el primer Dylan, el de principios de los sesenta, nació revolucionario. En un planeta que iba directo a la convulsión global con los asesinatos de JF Keneddy y Marthin Luther King, dos líderes que combatieron el status quo; la aparición de los Beatles como nueva cultura joven con sus propios parámetros estéticos y morales; y la asunción de los hippies y el flower power como rechazo al sistema por vía del abandono; este muchacho criado en Minnesotta pero formado artísticamente en el Greenwich Village de Nueva York (el hervidero bohemio de la época) pareció condensar críticamente las aristas dañinas de ese nuevo mundo con The Freewheelin’, disco editado en 1962, que rápidamente se convirtió en la nueva esperanza folk por su fuerza renovada, himnos de protesta como “Blowin’ in the wind” o “Masters of war”, y una sensación de que se estaba ante algo poderoso en su sencillez.

Y lo fue. Es el Dylan que, por ejemplo, marcó a Tanguito, Moris, Nebbia y la naciente juventud melenuda que naufragaba de La Cueva a la Perla del Once y tomó sus letras como fehaciente comprobación de que se podía ser veinteañero y desalineado, y a la vez cantar algo sabio y trascendente. O el que, algunos años después, hizo despertar la vocación juglar de León Gieco, que inmediantamente abondonó su Cañada Rosquín natal para radicarse en Buenos Aires y cantarle “a los hombres de hierro” de la dictadura de Lanusse. “Los grandes compositores del mundo son Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat y Bob Dylan”, solía decir el autor de “Sólo le pido a Dios”. Sin embargo, se trató apenas del primer Dylan (el primer Dylan público al menos). Y quizás, también, el más pobre. El constreñido en un sólo lugar: la advertencia. Y, ya se veía, Dylan no sólo quería advertir a los que advertían sino patear la mesa.

“¡Judas!”, le gritaron cuando en el ’65 estrenó la eléctrica “Like a rolling stone” y la tocó en vivo en un famoso festival folk. Parte de su público no podían entender (ni aceptar) que Dylan abandonara no sólo el sonido acústico sino también su predicamento político. “¿Qué pasa con el profeta que ya no profetiza?”, se encandalizaron muchos. Y era verdad: el Dylan diáfano, serio y profundo que mostraban las portadas de sus primeros álbumes rápidamente había dado lugar a otro bastante más flaco y cáustico, ya con sus rulos a cuestas y sus infaltables lentes negros. Un Dylan que parecía estar cagándose en todos. Y, antes que todos, en él.

Es la época en que introduce a los Beatles en la marihuana y le enseña a Lennon las bondades de una letra que fuera más allá de she loves you yeah yeah yeah (Los Fab Four luego lo retribuyeron con “You’ve got to hide your love away” y “Norwegian wood”). También de discos como Highway 61 Revisited (1965) y Blonde on Blonde (1966) con temas como “Just like a women” y la citada “Like a rolling stone”, considerada “el mejor tema de la historia del rock” (ya no sólo “folk”) en una histórica encuesta entre músicos, autores, críticos y representantes de la industria, y que hoy es utilizada para ejemplificar el Dylan canónico que influenció al “rock” en general, desde los mismísimos Lennon y McCartney hasta Neil Young, Bruce Springsteen, Patti Smith e incluso el camaleón, David Bowie, quien le dedicó “Song for Dylan” de su disco Hunky Dory (1971).

De ahí en más, para un artista que ya había mutado un par de veces sin perecer en el intento, cualquier hubiera esperado sólo descenso o, a lo sumo, repetición. Pero Dylan tenía más ases escondidos bajo la manga. Y del nunca del todo aclarecido accidente de moto (otro de los misterios de su biografía) que lo mantuvo alejado durante la temporada 1967–1968 (años clave para el surgimiento del rock como estamento contracultural) Dylan volvió a contramano de la época. Si los hippies y el flower pop proponían no combatir el sistema sino darle la espalda, y todos — desde los Beatles hasta los Rolling Stones — se enamoraban de la psicodelia, el autor de “Mr. Tambourine Man” se mudó a Nashville (la contracara de California) y reencarnó en un cowboy enamorado del country y fanático de Johnny Cash (por entonces, una figura ya desestimada por la cultura joven). Son los años del Dylan “adulto” que pegaba hits como “Lay Lady lay” y “I’ll be your baby tonight”, del icónico acompañamiento de The Band, y tiempo después, de discos considerados pésimos por la crítica como Self portrait (1970), pero también de obras maestras como Blood on the tracks (1975), quizás el mejor álbum de divorcio alguna vez registrado. El Dylan que tomó Andrés Calamaro para su descarnado Honestidad Brutal (1999).

Pero…. ¿por qué Dylan es Dylan?, fue la pregunta que se mantuvo durante muchos años no sólo entre quienes lo adoraban sin matices sino también entre aquellos que no podían entender cómo un compositor aparentemente rudimentario y claramente disonante pudiera llegar a acaparar tantos elogios y tanta pero tanta atención mientras realizaba actos inesperados como la conversión al cristianismo de fines de los setenta o la gira interminable de principios de los noventa. “La vida es masomenos una mentira. Pero otra vez: es la manera en que nos gusta que sea”, respondía entonces, como para dejar aún más sorprendidos a refutadores y adoradores por igual. Y también: “Yo acepto el caos, lo que no estoy seguro es que el caos me acepte a mí”

A sus setenta años, entonces, corresponde preguntarse: ¿Es que nunca va a envejecer, Dylan? ¿Nunca va a ponerse gagá? Lo primero, por suerte, ya ocurrió. Y lo segundo, nos lo debe. Y, probablemente, nunca ocurra si tomamos en cuenta sus últimos discos que, no casualmente, se encuentran entre los más brillantes de toda su carrera: Time out of mind del (su regreso triunfal en el ’97, tras una temporada peligrosamente desinspirada), Love and theft (del 2001) y Modern Times (del 2006). Una trilogía otoñal perfecta que trajo la novedad de una voz de crooner aguardentosa, pero con la mirada insondable y la misma mala onda de antes. Un nuevo Dylan, el Dylan de siempre.

OPINIÓN | Litto Nebbia | Dylan, the wanderer

Me gusta mucho escribir sobre gente a la que quiero mucho. Dylan es uno de ellos. Supe de él en Rosario escuchando Highway 61 Revisited y luego Blonde On Blonde, con esa maravilla de canción que es “I Want You”. Quien sepa de Dylan se dará cuenta que algunas de las primeras canciones de Moris y mías tienen esa influencia: “El Vagabundo” y “Ayer Nomás” por citar un par. Soy un gran defensor de las influencias (que todos las tenemos), situación que nada tiene que ver con el que copia vulgarmente; aquel que toma una forma musical creada y le coloca otro ropaje, mostrándolo como si fuera su “invención”. Bob Dylan es sin duda (junto a Beatles & Stones) uno de los Artistas que más influencian el Mundo de la Música Popular. Por un lado, él es un músico & escritor totalmente influenciado por la Vida. Su paso o intervención en cada lugar, deja huella, aunque también obtiene un nuevo aporte artístico que fusiona con su simpleza de origen. Un tipo de compositor que tocando guitarra acústica (nadie lo hacía en el Rock), cantando de tal manera como si fuera un “narrador”, escribiendo canciones que con sencillas armonías posee al mismo tiempo ricas melodías, conjugó y logró un estilo irremplazable. Nunca se denominó un cantor de “protesta”, pero muchas de sus canciones movilizaron opinión y denunciaron grandes errores de la sociedad moderna. Si bien Woody Guthrie fue uno de sus “héroes” más queridos, nunca Bob se hizo llamar cantante de folk. Cuando empezó a hacerse conocido tocando solo con su guitarra y armónica, arremetió en el disco Newport junto a una banda súper eléctrica liderada por el inolvidable guitarrista Mike Bloomfield. Ya en los sesenta, durante la época Merseybeat en Londres, un extraordinario grupo como Manfred Mann grabó a su estilo algunas de sus tantas canciones para transformarlas en verdaderos Hits. Escúchese por caso “If you gotta go, go now” o “The Mighty Quinn”. O, también, al gran organista inglés Brian Auger con la voz de Julie Driscoll en “This wheel’s on fire”. Estos ejemplos demuestran el real valor del Dylan Compositor. El Mundo está lleno de canciones que se transforman en verdaderos hits, pero con una factura musical tan rígida y elemental, que luego solo se las puede cantar y/o versionar de la misma manera que el original. El famoso Cover que le llaman. Sus letras plagadas de metáforas quiere transmitirnos la soledad del individuo en las grandes ciudades y algunos aspectos de la campirana raíz del estadounidense. Digamos que escribe de lo que ha caminado, cuenta sobre lo que le han contado, y finalmente crea a partir del discernimiento de su pasado. Para mí Bob Dylan es una fuente inagotable de disfrute artístico, se detenga uno en la etapa que quiera. Podés leer el Vol.1 de sus Memorias, escuchar su último disco o bien pescar por ahí el film “Mask & Anonymous”. Feliz Cumpleaños, Bob. The Wanderer continúa.

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Written by juan manuel strassburger

Periodista de espectáculos y cultura. Escribe en en Radar (Pag/12) y Sábado (La Nación). Antes: Clarín, Tiempo Argentino, La Mano, El Cronista y más

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